27 de enero de 2012

-El marido termino dejando a la amante -prosiguió la mujer---. Mi tía, poco a poco, volvió a su pasividad habitual. Un día me telefoneo diciendo que estaba dispuesta a cambiar de vida: había dejado de fumar. La misma semana, después de aumentar la cantidad de tranquilizantes a causa de abstinencia al tabaco, avisó a todos de que estaba dispuesta a suicidarse.

Nadie le creyó. Una mañana me dejó un recado en el contestador automático, despidiéndose, y se mató con gas. Yo escuche ese mensaje varias veces: nunca había oído una voz más tranquila, más conforme con su propio destino. Decía que no era feliz no infeliz, y que por eso no aguantaba más.

Veronika sintió compasión por aquella mujer que contaba la historia y que parecía intentar comprender la muerte de la tía. ¿Como juzgar, en un mundo donde se intenta sobrevivir a cualquier precio, a aquellas personas que deciden morir?

Nadie puede juzgar. Sólo uno sabe la dimensión de su propio sufrimiento, o de la ausencia total de sentido de su vida. Veronika quería explicar eso, pero el tubo se su boca la hizo atragantarse, y la mujer vino en su auxilio.

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